Belena de Portalapea. Se aprecian las balas de piedra para catapultas y parte de la muralla de San Cernin.
Conocemos por muy diversas fuentes los prolegómenos que precedieron a la destrucción de la Navarrería en 1276: la ciudad se encontraba en plena guerra civil y abierta, mejor dicho de dos ciudades contra una. Y conocemos que antes de la batalla final se lanzaban flechas incendiarias desde las torres de las iglesias, que se retaban y salían a las Huertas de Santo Domingo (tierra de nadie) para pelear, que lanzaban enormes piedras con catapultas y que las escaramuzas de noche y de día entre los distintos barrios eran constantes.
La Guerra de los Burgos en 1276 fue así el colofón a tres siglos de divisiones y conflictos internos, resultando la destrucción de La Navarrería su más sangrienta culminación. San Cernin y San Nicolás finalmente vencieron, y entonces no había Convención de Ginebra: asesinaron, violaron, robaron, saquearon y destrozaron todo, ahorcaron y empalaron a los hombres, derribaron y quemaron las casas. Era el botín, el estímulo y recompensa de los soldados. Y durante casi 50 años permaneció la Navarrería en ruinas y sin una sola casa en pie hasta que en 1324 se permitió reedificar.
Así lo relató el cronista y poeta que acompañaba a las tropas francesas Guillermo Anelier: “Allí veríais a los soldados correr de un sitio para otro. Allí veríais abrir y destrozar féretros, y derramar cerebros y despedazar cabezas, y maltratar a damas y doncellas, y robar la corona al santo crucifijo y coger las lámparas de plata, y robar las reliquias, los cálices, las cruces y los altares… Y veríais a la Navarrería tan abatida que en un mes no podríais estar bajo techo, al contrario podríais hacer hierba o sembrar trigo”.
La Guerra de los Burgos tiene diversas lecturas, la más sencilla enfrenta a la población autóctona de la Navarrería contra los francos privilegiados. La segunda nos lleva al dominio señorial del obispado frente a los burgos gobernados por el rey, quien desea extender su dominio a toda la ciudad. Y la más compleja abarca todo el reino, pues tres potencias vecinas tratan de hacerse con Navarra: en 1274 fallece Enrique I, y hereda el reino su hija Juana -de dos años- bajo la tutela de su madre, Blanca de Artois. Las Cortes se reúnen el 1 de noviembre de 1274 en Olite y aprueban la unión de Navarra con Aragón a través del matrimonio de Juana con el infante Alfonso, hijo y heredero de Jaime I el Conquistador.
Pero ante esta situación Blanca y su hija escapan a Francia donde reina su primo Felipe III el Atrevido, donde acuerdan el matrimonio de Juana con el futuro rey Felipe IV el Hermoso. A su vez, García Almoravid -el poderoso señor de las Montañas- y el obispado son partidarios de Alfonso X de Castilla, quien al conocer la decisión de las Cortes, entra con sus tropas en Navarra, aunque fracasa al no poder conquistar Viana.
Mientras, el gobernador del reino Pedro Sánchez de Monteagudo dimite y le sucede el francés Beaumarchais, apoyado por el rey de Francia. La nobleza se opone al nombramiento, le acusan de contrafuero y le piden que se vaya. El concejo de la Navarrería -con el apoyo castellano y del obispado- se fortifica, construye máquinas de guerra y encarga su defensa a García Almoravid. El conflicto primero fue interno entre los burgos, con escaramuzas, algún enfrentamiento directo y constantes lanzamientos de flechas y piedras desde las torres y murallas que causaron no pocos muertos y destrozos.
Ruinas del Castillo de Tiebas
Pero la batalla final la libraron los de fuera: el obispo Armingot acudió a Castilla y requirió el apoyo de Alfonso X, mientras que Beaumarchais pidió refuerzos del rey de Francia, éstos llegaron antes y los caballeros que defendían la Navarrería huyeron
de noche, abandonando a la población a su suerte. Las tropas castellanas se encontraban en El Perdón, desde donde vieron las columnas de humo y entendieron que habían llegado tarde. La Navarrería acabó reducidaa cenizas.
«…a todos aquellos que habían causado enojo o pesar, los hizo ahorcar y empalar. A varios de los allí presentes los hizo arrastrar. A todos los demás los hizo llevar presos a Tiebas a morir de dolor. Jamás vi a ningún hombre vengarse tan bien». Cita del poema de Anelier. Se refiere a los veintiséis hombres que fueron encarcelados y torturados en el Castillo de Tiebas. Quien tan bien se vengó no es otro que Beaumarchais.