La Ciudadela de Pamplona se planteó como una fortificación inexpugnable que seguía el sistema más avanzado de defensa para la época. Y vaya que sí, puesto que nunca fue conquistada militarmente.
Aunque hay un pero, y realmente sí que fue tomada, la contradiccion se debe a la célebre batalla de las bolas de nieve: en 1808 las tropas francesas entraron en España por Roncesvalles en virtud del Tratado de Fontainebleau para dirigirse a Portugal (todavía no habían depuesto a Fernando VII ni se había declarado la Guerra de Independencia).
Para el 9 de febrero llegaban a Pamplona cuatro mil soldados al mando del general D´Armagnac pidiendo entrar en la Ciudadela, pero la población desconfiaba y el Marqués de Vallesantoro (Virrey y Capitán General de Navarra) les impidieron entrar al recinto, que era defendido tan sólo por 300 soldados.
Así que las tropas francesas se acantonaron a sus puertas, hasta que el 16 de febrero amaneció nevada la ciudad y la estratagema ya se había preparado: el oficial Robert junto a un puñado de soldados suizos se acercaron a la Puerta del Socorro entre risas y tirándose bolas de nieve, los centinelas se despistaron -dicen que incluso jugaron con ellos- y el resto de franceses les desarmaron rápidamente tomando la Ciudadela sin un herido ni un solo tiro.
Tras el asalto D’Armagnac dictó un bando que decía: «Habitantes de Pamplona: en la pequeña mudanza de las cosas no veáis la traición y la perfidia que receláis, sino una conducta fiel, dictada por la necesidad y seguridad de mis tropas. Napoleón, mi amo, que ha firmado la alianza más estrecha con España, saldrá garante de mi palabra’, en tanto que instó al Ayuntamiento y a la Diputación a que consideraran su actuación como una ‘muestra de amistad».
Claro claro, lo que vino después ya lo conocemos, una guerra que arruinó el país. Por cierto, los franceses no abandonaron la Ciudadela (que tampoco esta vez fue tomada por las armas) hasta el 31 de octubre de 1813, tras un asedio de cuatro meses.