El origen de los duelos se remonta al desafío entre nobles, y cualquiera sin esfuerzo imaginamos la escena de hombres con armadura batiéndose con pesadas espadas, o montados a caballo y con lanza. Esa imagen no se aleja de la realidad, sin salirnos de Navarra entre Medavia y Lazagurría se halla El Campo de la Verdad, un extenso campo que se empleaba para torneos y desafíos, y es allí donde se atribuye al Cid su título de Campeador (Campidoctor): mantenían una disputa el rey de Navarra y el de Castilla, y conforme a lo establecido en Las Partidas acordaron que debían batirse cada uno de los alféreces reales para designar vencedor. Fue Rodrigo Díaz de Vivar quien logró la victoria para Sancho II de Castilla, tras vencer a Jimeno Garcés que representaba al rey navarro.
El rey Sancho el Sabio de Navarra en 1192 dictó una ley autorizando los desafíos entre caballeros y otros nobles de linaje. Tras lanzar el desafío se disponía de diez días para reparar la ofensa causada, periodo que en 1342 el rey Felipe de Evreux incrementó hasta los treinta días.
En Navarra se regulan los duelos en el Fuero general, pero para sancionarlos: “quienes desafiaren, admitieren e intervinieren por terceros o padrinos incurren en él, y pierden los oficios, rentas y honores que tuvieren”. Al actualizar el Fuero en 1686 se regulan los desafíos como ordalías o juicios de dios, de modo que si se daba un pleito entre labradores y no podía probarse de qué lado estaba la verdad se entablaba una «batalla de bastones». Si el retado no presentaba contendiente se le daba como perdedor y además era multado. Los combatientes velaban toda la noche con sus escudos y palos en la iglesia, rogando por su victoria. Al día siguiente los justicias y testigos les acompañaban al campo, y si durante todo el día ninguno de ellos noqueaba al contrario, a la puesta del sol se paraba la contienda hasta la mañana siguiente.
La costumbre –hoy novelesca- de resolver los pleitos a través del duelo alcanza su cénit tras publicar Andrea Alciati en 1550 la primera codificación de las normas del duelo, adoptando un protocolo que termina convertido en rito: la ofensa previa, el reto (de palabra o mediante carta, con guante o bofetada), los padrinos, el arma a elegir, la distancia o el lugar. Las modalidades más habituales fueron el duelo a primera sangre o el duelo a muerte. A partir del siglo XVIII las armas de fuego proliferan en los duelos en detrimento de la espada.
En el siglo XVII llegan a ser tan habituales en toda Europa que el cardenal de Richelieu se quejaba en 1630, «los duelos se han vuelto tan comunes en Francia que las calles comienzan a servir de campo de batalla». No exageraba en absoluto, pues un cronista francés, Tallemant de Réaux, calculó que entre 1589 y 1610 tuvieron lugar en Francia diez mil duelos en los que perdieron la vida cuatro mil duelistas. Esa es la razón de su prohibición generalizada, a los reyes no les convenía perder abundante material guerrero de forma absurda.
En Pamplona escasean los datos históricos sobre duelos pero nos consta que se celebraban en el Campo de la Taconera. En 1631 un duelo acabó siendo juzgado por el tribunal eclesiástico, cuando el presbístero don Bartolomé de Ibaeta salió a danzar con unas mozas y osó tomar la mano de una de ellas, lo que ocasionó las iras de un tal Jacobe de Aliazaga. Se desafiaron a muerte en la plaza, “armados con daga y palo”.
Otro duelo famoso es el que mantuvo Miguel Primo de Rivera , hijo del dictador y hermano del fundador de Falange, quien se desafío y batió en Pamplona en 1930 con un capitán de artillería, la cosa terminó en unos arañazos, aunque sin duda con el pecho henchido de hombría.
Y aunque no llegara a celebrarse no podemos obviar el duelo fallido entre Basilio Lacort Larralde y Benito Valencia a comienzos del siglo XX. Sin ningún ánimo de equidistancia, diré que Basilio Lacort goza de mi absoluta simpatía, fue un símbolo del republicanismo y del laicismo en la Pamplona de 1900, llegando a ser excomulgado por dos veces. Fundó varios periódicos como el El Porvenir Navarro, o La Nueva Navarra, cuya edición provocó de inmediato que la derecha más tradicionalista publicara La Vieja Navarra, nombrando como director a Benito Valencia. El pique fue de los que marcan época, con insultos, controversias y descalificaciones mutuas que culminaron en un desafío a duelo. No puedo evitar una sonrisa al ver la foto que publicó el doctor Arazuri de la procesión del Corpus, en la que el cura que porta la custodia se mete con ella en un coche al pasar por la casa en la que vivía Basilio Lacort en San Antón, al estar excomulgado evitaban su paso por la misma.
Los duelos, a fin de cuentas, son actos voluntarios.
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